La actitud de preocuparse por la salud de las personas y del planeta (conciencia ecológica), no debe verse tan sólo como una moda: la supervivencia de nuestra sociedad y el futuro de las próximas generaciones depende de nuestros actos presentes. Nuestra salud y la del planeta en general están cada vez más en nuestras manos y no tenemos derecho a inhibimos.
Y no podemos -no debemos- dejar que nuestro destino lo decidan gobiernos, ecologistas o médicos. Lo coherente es una actitud personal consciente y comprometida que, conocedora de los problemas reales, se esfuerce más por evitarlos desde su origen que en parchear sus efectos nocivos.
Todo esfuerzo que hagamos para conocer mejor nuestro organismo y sus sutiles respuestas ante cualquier situación -por difícil que sea- será de gran ayuda para la búsqueda (y encuentro) de la salud, entendida como algo más amplio que la mera “ausencia de enfermedad”.
Para lograrlo, tendremos que empezar a tomar las riendas y las responsabilidades de nuestra vida y no seguir optando por el desconocimiento total de nuestro organismo, dejándolo en manos de los llamados “especialistas”. Una actitud que muchos ya han adoptado y que ha provocado un mayor interés e inversión investigadora en campos como la prevención, el conocimiento real de los factores de riesgo y las actitudes que permitan un funcionamiento óptimo de nuestro cuerpo (ejercicio, alimentación, respuestas psicológicas, etc.).
Esperemos que en las próximas décadas cambie esta actitud irracional -aunque muy lucrativa-, de forma que se potencie mucho más el desarrollo de nuestras propias respuestas naturales ante cualquier agresor externo -virus, gérmenes, sustancias tóxicas, frío, calor o campos electromagnéticos intensos, y se extienda el conocimiento de aquellas actividades idóneas para el buen funcionamiento orgánico, biológico o psicológico del ser humano.
Bien sabido es que el estrés, al agotamiento físico o mental y las carencias afectivas disminuyen nuestra capacidad de respuesta inmunológica, abriendo de par en par las puertas al desequilibrio y la enfermedad. Algo que también sucede con la alimentación deficiente o la vida excesivamente sedentaria.
Nuestro organismo es lo suficientemente inteligente y capaz de hacer frente a cualquier eventualidad. Conozcámosle y ayudémosle a que fluya con la vida. El resultado será el perfecto equilibrio global -físico y mental-, la salud y la felicidad, en sus más amplios sentidos.
Tan sólo puedo concluir estas observaciones con una evidencia que me resulta incuestionable: tanto los problemas como las posibles soluciones están totalmente en nuestras manos.