Fluir con la vida

Fluir es un atributo propio de líquidos y gases, los cuáles se caracterizan por la facilidad de modificar su estructura molecular para adaptarse tomando la forma del recipiente que los contiene; pero ante todo, fluir significa movimiento. De hecho fluir no es un atributo propio del ser humano -al menos en lo que a su parte física corresponde- en cambio se adapta muy bien a nuestras realidades personales y a las circunstancias que nos toca vivir.
En la práctica hacemos un uso habitual de las metáforas vinculadas al líquido vital, al agua -de hecho los sentimientos están estrechamente ligados a este elemento-. Podemos “fluir” con la vida y los múltiples procesos y circunstancias que nos toca vivir; o por el contrario “bloquearnos”, “enturbiar” nuestra vida o las relaciones, llegar a “saturarnos” por el exceso de estímulos o incluso “diluir” nuestra existencia en un sinfín de quehaceres y obligaciones cotidianas.
Todas estas alegorías usan como metáfora las propiedades de los líquidos y esencialmente la referencia principal es el agua. Ese agua clara y cristalina, fluyendo sin cesar por el angosto riachuelo, arremansandose en las zonas de ancho cauce o acelerandose e incluso precipitandose en los rapidos y cascadas; pero siempre discurriendo sin cesar, desde su nacimiento en alguna lejana fuente, hasta fundirse en cauces de dimensiones mayores.
Somos conscientes de que ese agua permanecerá clara y cristalina mientras fluya sin cesar, mientras se halle en movimiento. Por el contrario, tiende a enturviarse, estropearse, e incluso pudrirse, cuando se la bloquea y se le impide ese constante flujo y reflujo que sin parar la está renovando y vivificando.
A principios de los ochenta, George Leonard nos introducía en la apasionante dimensión de los sutiles ritmos armónicos que subyacen y animan toda vida manifestada, así como en las inmensas posibilidades que se nos abren cuando somos capaces de sincronizarnos con nuestro propio ritmo personal, con nuestro “Pulso Silencioso”, como bien expresa el título del libro de Leonard.
Mihaly Csikszentmihalyi va un poco mas allá en su libro recientemente publicado con el título de “Fluir” -el cual todavía no he tenido el placer de leer-. Mihaly -según las referencias del libro- se ha dedicado durante años a estudiar los “estados de experiencia óptima”, o sea, esos momentos en los que nos sentimos pletóricos, llenos de gozo creativo y de activa concentración. Esos estados -que podemos llamar de lucidez y plenitud- se corresponden en gran medida a los que describía George Leonard como de sincronia con nuestro propio e interno “Pulso Silencioso”.
Cuando fluimos con nosotros mismos y con la vida, ocurre algo especial en la realidad cotidiana; las circunstancias y los sucesos se encadenan en experiencias armónicamente positivas y satisfactorias, realizamos las cosas sin grandes esfuerzos, nos relacionamos sin apenas conflictos, respondemos a las demandas y a los estímulos de la forma mas coherente y acertada; en definitiva “fluimos”, con un mínimo de roces y con un máximo de plenitud y satisfacción.
Recuerdo que en su sencillo libro “Nosotros y los demás”, Carlos Cruz nos planteaba la cuestión en otros terminos: “frente a cualquier circunstancia o problema -por duro o difícil de resolver que sea- siempre tendremos dos únicas opciones: abrirnos y disfrutar o cerrarnos y sufrir”.
Hoy día, a ese abrirse a la vida y al sintonizar con el pulso interno personal adaptándose al momento presente y viviendo plena y conscientemente cada circunstancia en todas sus dimensiones, se le empieza a llamar “fluir”.
Creo que es un gran objetivo personal el intentar fluir al máximo con la vida, las circunstancias y las relaciones; a fin de cuentas es la mejor forma -quizás la única- de vivirlas con plenitud.
Es obvio que no resulta una tarea fácil alcanzar o acercarse a ese deseado objetivo. Incluso bastante difícil cuando tenemos en cuenta  la gran variedad de presiones externas que nos imponen unos ritmos por lo general bastante alejados de nuestro propio e innato pulso interior. Es frecuente que ante la dificultad de sintonizar con nuestro pulso silencioso, optemos por intentar sincronizarnos al ritmo que marcan las circunstancias, o los demás -la sociedad, solemos decir-. Pero ello, a corto o largo plazo, solo puede conllevar desequilibrio y frustración.
Nada bueno podemos lograr marchando al compás de una música que poco tiene que ver con nuestra propia música personal.
Cuando por fin somos capaces de tomar la decisión acertada, nos damos cuenta de que aparecen algunos escollos; entre los que destacan con fuerza los lastres de viejos hábitos cotidianos adquiridos poco a poco y casi sin darnos cuenta. También tendremos que hacer frente a los innumerables “sucedáneos de conciencia” a los que solemos recurrir en los momentos de desorientación. Reconozco que este es un tema complejo, aunque ciertamente trascendente. ¿Has oído hablar de la “conciencia de café”? Si, has leido bien: “Conciencia de café”. Esta es una expresión que se acuña a partir de experimentaciones llevadas a cabo con arañas a las que se les inyectan pequeñas dosis de ciertos alcaloides: cafeína, canabis, cocaína… Curiosamente -por paradójico que pueda resultar- las arañas “drogadas” realizan sus telarañas de forma anárquica con respecto al modelo habitual de cada una, pero todas las arañas “dopadas” con el mismo alcaloide -cafeína por ejemplo- repiten entre ellas rasgos y trazos anárquicos característicos, aunque sean arañas de familias y costumbres diferentes.
La experiencia continúa pidiendole a un grupo de diez voluntarios que cada uno dibuje sobre un papel una telaraña. Como es de suponer cada dibujo es claramente diferente al resto, tanto en tamaño como en trazos y formas geométricas. Acto seguido se les suministra a cada voluntario, una solución con un alcaloide específico -Canabis- y a los pocos minutos se les pide que dibujen una telaraña. Cada uno dibuja su telaraña, pero la sorpresa aparece al descubrir trazos específicos comunes en todos los participantes. Más sorprendente fue el comprobar que estos trazos eran similares a los realizados por las arañas a las que se les suministro la misma substancia.
Cada molécula química posee y emite una frecuencia vibratoria específica, capaz en ciertas condiciones y en determinadas moléculas, de alterar o modificar las moléculas vecinas o el entorno en el que se halla -el cerebro por ejemplo-.
Con ello nos queda claro que podemos tener “conciencia de café”, de canabis, de tabaco, de coca, etc. Incluso si vamos más allá en el concepto, nos daremos cuenta de que también podemos tener conciencia de “funcionario”, de “televidente” -con una mente funcionando a 625 líneas por segundo-, o incluso “conciencia de ejecutivo agresivo”; a fin de cuentas se trata de otras muchas formas de perder en parte la personalidad, renunciar al propio pulso interior y dejar de fluir con uno mismo y con la vida, para dejarse arrastrar por las turbulentas y desbordadas aguas de una sociedad estresada, hiperacelerada y caótica. Tal vez existan personas capaces de fluir permanentemente en aguas torrenciales. Aunque se trata de ritmos tan acelerados e inhumanos -velocidad “Pentium” de ordenador de muchos “megas”- que fácilmente se llega a perder el rumbo e incluso el ritmo o la energía suficiente para aguantar el constante “desborde”. En tales circunstancias se suele recurrir a los sucedáneos de conciencia, con la consiguiente “conciencia de café” o seguramente “conciencia de coca”, que al parecer es mucho más acelerada aún.
Aunque, como todo lo que se fuerza, termina por romperse; estas opciones nos alejaran cada vez más de nuestro verdadero pulso interior. Tarde o temprano nos veremos obligados a realizar el proceso de desenchufarnos o desengancharnos de los estímulos externos, para hallarnos solos con nosotros mismos. Es muy probable que a la mayoría nos asuste esta opción y por ello tendremos que esperar a que un grave accidente o una terrible desgracia o enfermedad nos abra los ojos -”la enfermedad como camino” creo que es el título de un libro-. Aunque también podemos empezar hoy mismo, en el aquí y ahora, sin más dilaciones ni falsas excusas, a todas luces injustificables.
Si tenemos las cosas claras hallaremos la manera, el método, la vía o el proceso que nos corresponde. A título de orientación, podemos empezar con la respiración -la mayoría vamos tan deprisa que nos olvidamos hasta de respirar-. La alimentación sana y libre de tóxicos ayudará a limpiar los canales por los que fluye la sangre y la energía vital. Algunas terapias de apoyo -homeopatía, acupuntura, masaje, Reiki, PNL, etc.- ayudaran a reajustar los múltiples desajustes físicos, mentales o emocionales… La meditación o simplemente la observación, la tranquilidad y el sosiego interior y exterior, nos ayudaran a redescubrir nuestro propio centro; o como diría el maestro sufí Kabir E. Helminski, a sintonizar con la “Presencia Viva” que late en cada ser y es fuente de toda vida. En definitiva, a fluir mejor con nosotros mismos y por consiguiente con los incesantes flujos y reflujos de la vida.
Algo muy trascendente y especial sucede a partir de esos instantes. La experiencia personal nos deja claro que merece la pena ir en esa dirección.

Es tal vez por todo ello que “Fluir con la vida” fuese el título elegido hace unos años para el libro -que acaba de ser publicado- en el que se narran las experiencias de unos personajes que siguiendo los caminos de peregrinación, buscan o van al encuentro de su propia realización personal.