Salud global y factores de riesgo más habituales

Las causas de nuestras enfermedades suelen estar, por lo general, relacionadas con nuestro entorno, tanto físico como psíquico. De hecho, desde el comienzo de los tiempos, los hombres aprendieron que a su alrededor existían energías positivas y energías negativas de carácter natural que les afectaban. Hoy día, además, el número de esas energías negativas se ha multiplicado, debido al desarrollo tecnológico, hasta el punto de que vivimos inmersos en un mundo de “peligros” -algunos de ellos casi imperceptibles- cuyas consecuencias pueden ser devastadoras para nuestra salud. Conocerlos y saber contrarrestar a tiempo sus efectos podría marcar la diferencia entre la salud y la enfermedad, incluso entre la vida y la muerte. Hasta hace poco tiempo, ese conocimiento estaba reservado a los clásicos curanderos de pueblo. Hoy, afortunadamente, la Ciencia ha podido corroborar ese saber milenario que muchas veces fue contemplado con desdén.

La salud es algo muy frágil y complejo y no solemos tomar mucha conciencia de su importancia hasta que, por algún motivo, nos damos cuenta de que la hemos perdido. Cuando esto sucede y las funciones vitales de nuestro organismo ya no responden correctamente o el dolor es tan intenso que resulta insoportable, nos gustaría disponer de una “fórmula mágica” para -sin grandes esfuerzos personales- poder recuperarla. Por desgracia, lo normal es que, cuando enfermamos, tengamos que recorrer un calvario de médicos, fármacos, terapias y terapeutas, que suelen ir desde lo más racional y ortodoxo hasta (cuando falla la medicina convencional) los curanderos, sin olvidar todos los remedios “magnéticos”, “iónicos” y “vibracionales” que se empeñan en vendernos como fórmulas infalibles. Pero, ¿qué es realmente la salud y qué hacer para mantenerla y no perderla con facilidad?
Durante mucho tiempo se creyó que salud era simplemente “la ausencia de toda enfermedad”, pero ese concepto ha evolucionado mucho en nuestros días. Así, la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) la define como “un estado de bienestar tanto físico como psíquico y social”.
Pero, ¿quién puede afirmar que realmente vive una vida saludable y es feliz en un entorno cada vez más degradado y tan antinatural como el que nos ha tocado en este fin de siglo? ¿Cómo podemos asegurar que llevamos una vida sana cuando la comida que comemos está llena de aditivos, el aire que respiramos inundado de sustancias contaminantes y nuestras relaciones son cada vez más deshumanizadas?

Con un panorama como el descrito, no creo que nos queden ganas de seguir preocupándonos de nuestra salud y, ni siquiera, de continuar leyendo estas líneas. Pero lo cierto es que existen muchas opciones y posibilidades para conseguir un buen estado de equilibrio físico, mental y emocional que nos aproxime a las máximas de salud propuestas por la OMS. La prueba nos la aportan infinidad de personas que, tras haber sufrido enfermedades serias o trastornos físicos, en ocasiones catalogados de incurables, han realizado un esfuerzo personal y de búsqueda incesante hasta dar con las claves básicas para recuperar la salud perdida.

La alimentación

Hoy no cabe ninguna duda de que la alimentación juega un papel básico en el buen funcionamiento del organismo. Donde existe más desacuerdo y confusión es en definir la dieta ideal, ya que, a menudo, la preocupación parece más centrada en mantener la línea que en preservar la salud.

De hecho, existen infinidad de corrientes nutricionales. Aunque personalmente abogo por una alimentación principalmente ovo-lacto-vegetariana, debo decir que lo importante es que sea muy variada para evitar carencias, suficiente -pero sin excesos- y primando la calidad de los nutrientes. Además, debemos procurar seleccionar alimentos de procedencia natural que, a ser posible, estén exentos de aditivos químicos (conservantes, colorantes, antioxidantes, etc.). Lo ideal sería cultivar y preparar uno mismo sus propios alimentos; pero, en su lugar, es aconsejable comprar aquellos que lleven sellos de producción ecológica.

El ejercicio

Una correcta alimentación no suele ser suficiente para el equilibrio y la salud cuando no se acompaña de un ejercicio moderado pero regular. A lo largo de la historia nuestro cuerpo ha ido evolucionando con el movimiento constante: ya fuera como cazadores, recolectores o agricultores, siempre hemos tenido que hacer un esfuerzo físico para sobrevivir. El organismo aprovecha ese movimiento y tanto la transpiración como el sudor sirven como desintoxicadores de aquellas sustancias que no se han podido desechar a través de los riñones, el hígado o las vías respiratorias.

Por desgracia, la sociedad actual tiende al sedentarismo, lo que comporta una gran carencia de movimiento que, a corto y largo plazo, se traduce en autointoxicación, problemas circulatorios, atrofia muscular y anquilosamiento general del organismo.

Psiquismo

La actitud mental es otro de los factores que influyen en la salud. Está comprobado que las personas cuya actitud mental es positiva enferman menos, son menos vulnerables a virus y gripes pasajeras y se recuperan mas rápidamente y sin tantas complicaciones en situaciones tan variadas como procesos postoperatorios, accidentes fortuitos o tras la pérdida de algún ser querido.

Podemos llevar más lejos las posibilidades de la mente cuando tomamos conciencia de que, con una adecuada terapia o un buen entrenamiento, es posible incluso superar antiguos traumas o, lo que es más sorprendente, efectuar operaciones quirúrgicas sin anestesia o realizar un parto sin dolor, como han demostrado las investigaciones del doctor Ángel Escudero.

Los peligros del entorno

Alimentación, ejercicio y actitud mental son, pues, vitales e indiscutibles premisas para mantener un buen estado físico y psíquico, pero también existe una serie de elementos externos, cuyo control escapa a nuestras manos, que pueden incidir en nuestra salud.

De hecho, la mayoría vivimos en grandes o medianas urbes rodeados de un sinfín de factores agresores y agresivos. Y el hecho de que los describamos aquí no pretende, en absoluto, aumentar nuestros niveles de angustia y preocupación, sino exponer sus riesgos para la salud y ayudamos a prevenirlos, evitarlos o, al menos, tomar medidas para protegernos, aumentar el nivel de nuestras defensas naturales ante ellos. 

 

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