¿Sentimos o vemos los campos magnéticos?

Bioelectromagnetismo y magnetorrecepción


Mariano Bueno

La vida en el planeta tierra se ha desarrollado en millones de años de continua evolución, y todos los seres vivos hemos estado continuamente inmersos en un mar de radiaciones cósmicas, solares y terrestres. De hecho, la mayoría de seres vivos aprovechamos gran parte de las radiaciones ambientales para realizar ciertos procesos biológicos, siendo un


o de los más conocidos el de la fotosíntesis –que realizamos incluso los seres humanos-, al tiempo que hemos desarrollado funciones y mecanismos biológicos de protección o reparación de los daños producidos por la exposición a radiaciones dañinas como las generadas por la presencia de radiactividad o la de los rayos ultravioleta.

Al tiempo que nos hallamos inmersos y rodeados de radiaciones diversas -o quizás por esa circunstancia- todos los seres vivos poseemos sensores biológicos que nos permiten percibir la multitud de señales que nos llegan del  medio ambiente en el que nos desarrollamos; lo que posibilita, por ejemplo, el que sintamos la temperatura del aire o de los materiales que nos rodean –percepción de la radiación infrarroja-, que podamos ver la luz, las formas y los colores de los objetos –percepció

n de las ondas electromagnéticas de entre 380 nm y 800 nm-, que oigamos el ruido de un objeto al caer o el susurro del viento -percepción de las ondas sonoras cuya frecuencia se sitúa entre los 20 ciclos y los 10.000 ciclos por segundo-, o que percibamos los aromas de las flores o los sabores de la comida que ingerimos -gracias a la percepción de las moléculas químicas presentes en el aire o los alimentos, mediante la estimulación electroquímica de los sensores olfativos y gustativos ubicados en la nariz y la lengua-.

La gran pregunta que nos asalta a menudo, gira en torno a si los seres humanos poseemos sensores específicos que también nos permiten captar y “ser conscientes” de fenómenos físicos y ambientales menos conocidos, como la radiactividad, la diferencia de potencial eléctrico de la electricidad del aire que nos rodea, e incluso de algo más sutil, como la intensidad o el flujo del campo magnético terrestre -presentes en un lugar determinado-.

La pregunta podría ir más allá del hecho de que dispongamos de magnetosensores o de algún sistema de magnetorrecepción; y cabria preguntarse si los sensores biológicos con funciones magnetorreceptoras ¿Serian -o son- sensibles solo al campo magnético terrestre, o tendríamos también la capacidad de percibir los campos eléctricos, magnéticos o electromagnéticos, artificiales?

 


Magnetismo en la realidad cotidiana

El magnetismo es un fenómeno singular que se produce cuando determinadas estructuras moleculares, tienden a polarizar sus partículas internas -de forma temporal o permanente- en el mismo sentido del flujo eléctrico que mueven los electrones -en fluctuación const

ante alrededor de los núcleos atómicos a los que están vinculados-, y se da sobre todo, en minerales ricos en compuestos ferromagnéticos -como la magnetita, el hierro o el acero -hierro enriquecido con carbono -. En algún momento de la historia, los seres humanos nos dimos cuenta de la existencia de magnetismo por el hecho de que existen piedras como la magnetita con propiedades de imantación, que atraen hacia sí minerales ferromagnéticos -compuestos básicamente de hierro u otras aleaciones-. Los antiguos griegos ya conocían las peculiaridades magnéticas de ciertos minerales como la magnetita (de ahí le viene el nombre al magnetismo), aunque fueron los chinos los que aprendieron a aprovechar dichas propiedades para fabricar las primeras brújulas, ya que un imán suspendido en movimiento libre, siempre se orienta según el eje norte-sur del planeta tierra. (Foto 2)

Con el tiempo descubrimos que existían piedras y elementos magnetizados –e incluso magnetizables- y nos sorprendimos con el relevante hecho de que la tierra posee un campo magnético (de 0.5 Gauss de media), con sus líneas de fuerza por las que fluye una energía electromagnética que sale por el polo Sur y entra por el polo Norte. Según las observaciones científicas, probablemente el campo magnético terrestre sea el resultado de un fenómeno de dínamo autoinducida, cuyo componente primordial sea el núcleo de hierro macizo en suspensión y rodeado de un fluido de magma incandescente, que se halla en el interior de esa inmensa esfera en constante rotación que llamamos planeta Tierra. (Foto 3)

La hipótesis de que la Tierra se comporta como un enorme imán (dipolo magnético) fue presentada por primera vez en Inglaterra, en 1600, por el médico de la corte W. Gilbert. Aunque -como señalamos-, desde el siglo II los chinos ya usaban los imanes para la orientación de los planos y fueron los primeros en usarlos para la orientación en la navegación.

Los estudios geopaleontologicos mas recientes, muestran que los polos del campo geomagnético no siempre han estado en el mismo lugar. El campo magnético terrestre fluctúa continuamente y cada año va variando algunos grados; incluso, en varias ocasiones se ha llegado a invertir completamente su posición. La interacción entre magnetismo terrestre y los procesos biológicos se hace patente al haberse constatado que cuando se han producido inversiones completas del campo magnético terrestre, grandes grupos de seres vivos se han extinguido o han sufrido cambios singulares en su biología o morfología. (Foto 4)

De hecho, el campo geomagnético es uno los fenómenos naturales implicados en las habilidades de orientación en los seres vivos y ha estado presente desde mucho antes del surgimiento de la vida en la Tierra. Para numerosas especies de seres vivos, la capacidad de orientarse en un determinado espacio o territorio, y las posibilidades de migración o de navegación a lo largo de miles de kilómetros, son en gran medida responsables de su sobrevivencia.

El electromagnetismo en el ser humano

Que la electricidad y el magnetismo están presentes en los seres vivos y consecuentemente en el ser humano, no hay duda alguna, ya que hoy sabemos que todas las células del organismo humano funcionan y se expresan mediante campos eléctricos y diferencias de potencial eléctrico; por lo que, como siempre que se mueve un flujo de electrones, se produce a su alrededor un campo magnético, queda patente que las células poseen un campo electromagnético e interactúan envueltas en un medio repleto de campos electromagnéticos de intensidades y frecuencias muy variadas. Esto se hace especialmente relevante en la actividad del cerebro, ya que las corrientes eléctricas y los campos electromagnéticos que genera la actividad neuronal, son las responsables del funcionamiento de todo organismo y no solo de los procesos asociados al pensamiento o a la memoria.

Al contrario de lo que se creía hasta hace unas décadas, la transmisión de impulsos nerviosos no es solo electroquímica sino sobre todo: electromagnética. Los  impulsos que se dan en  la sinapsis de dos células nerviosas están causados por un campo electromagnético. Cuando un elemento conductor de electricidad (neurotransmisor) se mueve  en un campo magnético, se produce una corriente eléctrica a través de las neuronas y los conductos nerviosos –axones-.

Aunque tiempo atrás estos fenomenos pudieran parecer algo muy poco común, es más que evidente que todas las células de todos los organismos vivos poseen electromagnetismo. En el interior de las células hay unas mitocondrias cuyos mecanismos de funcionamiento resultan muy similares a los de las pilas eléctricas (pilas de Volta). Todas las células vivas usan energía potencial electrostática para almacenar energía metabólica, realizar trabajo, producir cambios internos, e intercambiar señales con otras células. La intensa y continua actividad bioeléctrica o bioelectromagnética, no solo es un fenómeno interno de los procesos biológicos, sino que interactúa con el entorno, emitiendo y captando señales eléctricas, magnéticas y electromagnéticas, provenientes del exterior de la célula, del exterior del órgano y del exterior del propio organismo. (Foto 5)

Todas las células vivas mantienen una diferencia de potencial eléctrico que las hace sensibles a corrientes inducidas desde el exterior. A partir de dicha constatación, queda claro que nuestro cuerpo, nuestros órganos y nuestras células, actúan como antenas receptoras de las ondas electromagnéticas. Nuestro sistema nervioso (central y periférico) se encuentra conectado funcionalmente con la mayoría de las actividades vitales, no sólo por la actividad de un complicado sistema bioquímico y hormonal, sino a través de una constante actividad electromagnética o bioelectromagnetica. Es, por lo tanto, una estructura muy sensible, influenciable y fácilmente alterable por las emisiones eléctricas, magnéticas o electromagnéticas que inciden desde el exterior.

 

Del Electromagnetismo al Bioelectromagnetismo

El electromagnetismo es el fenómeno físico en el que se manifiesta y propaga la energía eléctrica en forma de ondas y partículas al mismo tiempo. También recibe el nombre de electromagnetismo la rama de la física que estudia los fenómenos eléctricos y magnéticos y los unifica en una sola teoría, cuyos fundamentos fueron expuestos por Michael Faraday y James Clerk Maxwell. La teoría del electromagnetismo estableció la relación entre electricidad y magnetismo al descubrirse que cualquier corriente eléctrica genera un campo electromagnético, y asimismo, cualquier campo magnético en movimiento puede generar una corriente eléctrica.

El bioelectromagnetismo es el fenómeno mediante el cual los organismos vivos generan campos electromagnéticos e interactúan con otros campos eléctricos, magnéticos o electromagneticos. Los seres vivos en su funcionamiento biológico emiten pequeñas descargas y corrientes eléctricas que crean, por tanto, campos electromagnéticos.

A nivel académico al Bioelectromagnetismo a veces se le denomina parcialmente como bioelectricidad o biomagnetismo, y es una rama de las ciencias biológicas que estudia el fenómeno consistente en la presencia y actividad de campos magnéticos o eléctricos en seres vivos, aunque hoy tenemos claro que los dos conceptos en la práctica van fuertemente unidos, ya que toda corriente eléctrica produce un campo magnético y la presencia de campos magnéticos cercanos a un conductor eléctrico -en movimiento- induce la circulación de corrientes eléctricas por el conductor.

En el organismo humano existen numerosos ejemplos del fenómeno denominado Bioelectromagnetismo, y entre los más conocidos hallamos la intensa actividad bio-electro-química asociada al potencial eléctrico de las membranas celulares y las corrientes eléctricas que fluyen en los axones, nervios y músculos como consecuencia de su potencial de acción. (Foto 6)

De la rama científica del Bioelectromagnetismo, se derivan otras dos: la bioelectromagnética, ciencia que se ocupa de los efectos de una fuente externa de electricidad o magnetismo sobre los organismos vivos, y la magnetorrecepción, vinculada a la capacidad de percepción por parte de los seres vivos, del campo magnético terrestre -o de campos magnéticos artificiales-,.

La biología y la medicina, ha pasado muchas décadas ignorando sistemáticamente las cuestiones relacionadas con la actividad eléctrica y electromagnética en los procesos biológicos –centrándose casi exclusivamente en una visión mecanicista, en la que solo parecían ser relevantes los procesos moleculares y bioquímicos-. Con la aparición de numerosos estudios en esta área de la ciencia, el bioelectromagnetismo está empezando a analizarse como uno de los aspectos más vitales absolutamente de todos los seres vivos.

En la práctica, podemos observar las células biológicas como circuitos eléctricos, con estructuras y funciones similares a las de los condensadores eléctricos, las resistencias, los transistores o los microchips presentes en los circuitos electrónicos. De hecho, las células recurren al manejo de gradientes de potencial eléctrico o electrostático para realizar funciones tan variadas como almacenar energía metabólica, realizar trabajo, desencadenar cambios internos adaptativos, e incluso intercambiarse señales e información entre células cercanas o muy alejadas.

También recibe el apelativo de bioelectromagnetismo, a la corriente eléctrica producida a nivel biológico, por diferencias de potenciales de acción, cuando estas son producidas -o están estrechamente vinculadas- con los campos magnéticos que se generan a través del fenómeno del electromagnetismo.

A nivel de laboratorio, el bioelectromagnetismo se estudia principalmente a través de sofisticadas técnicas de electrofisiología. Aunque como deciamos, el conocimiento de fenómenos bioelectromagneticos no es algo nuevo, pues ya a finales del siglo XVIII, el médico y físico italiano Luigi Galvani, mientras diseccionaba una rana en una mesa donde había realizado experimentos con electricidad, registró por primera vez el fenómeno de la contracción por impulsos eléctricos del músculo de un cadáver. Galvani y sus contemporáneos consideraron que la activación muscular era resultado de un fluido eléctrico o sustancia presente en el propio nervio. Galvani acuñó el término electricidad animal para denominar los fenómenos de electricidad en los animales, mientras que actualmente a este fenómeno se le denomina galvanismo, ya que se ha constatado que se trata de flujos eléctricos inducidos externamente por diferencias de potencial electrocelular o por descargas neuromusculares –axonicas- y no como pensaba Galvani, producidas por los propios músculos.

Las variaciones del magnetismo terrestre y las tormentas magnéticas solares, también parecen influir en los procesos biológicos, y de hecho, se han constatado numerosos episodios de observación de comportamientos extraños en ciertos animales que parecían reaccionar a las bruscas alteraciones geomagnéticas que preceden a los terremotos. A nivel humano, son conocidas algunas alteraciones de salud que se ven intensificadas en los periodos de incremento de la actividad solar -durante las horas o los días de tormentas solares-, habiéndose constatado un claro aumento de incidencias medicas relacionadas con infartos de miocardio y derrames cerebrales, e incluso el incremento de los intentos de suicidio.

 

Del bioelectromagnetismo a la magnetorrecepción

los sucesivos descubrimientos y las continuas observaciones sobre los fenómenos asociados con el magnetismo de ciertos minerales o con los campos magnéticos como el que posee la tierra o el sol, unidas a las evidencias de que muchos animales poseen algún sistema sofisticado de magneto-percepción o magneto-localización -que permite por ejemplo a pájaros o cetáceos guiarse en las largas travesías migratorias-, plantea la interesante cuestión de si los seres humanos tenemos algún tipo de sensor específico para la percepción de los campos magnéticos naturales o artificiales. (Foto 7)

Durante décadas la ciencia más ortodoxa ha negado que el ser humano tuviera magnetorreceptores -sensores de los campos magnéticos- básicamente por el hecho de que en los mapeos anatómicos no se encontraban sensores susceptibles de responder a los estímulos inducidos por campos magnéticos naturales o artificiales.

A día de las evidencias son claras, ya que entre los componentes del complejo cerebro humano se ha constatado la presencia de magnetosomas, que son partículas de magnetita rodeadas de una membrana biológica, que permite la interacción con las neuronas y otras células sensibles. De hecho, la existencia de magnetosomas en los animales es algo que ya viene siendo conocido por la Biología desde hace unas décadas, constatándose que están implicados en las capacidades que permiten orientarse –a modo de brújula- a animales migratorios como las aves, las ballenas, los delfines o las tortugas marinas. En la práctica, se dan abundantes episodios de desorientación de animales posteriores a producirse perturbaciones magnéticas terrestres de gran intensidad. Las investigaciones sobre los magnetosomas en el cerebro humano llevadas a cabo desde los años 90, han revelado datos  interesantes como que en el cerebro de las personas afectadas de Alzheimer, existe una menor proporción de partículas magnetorreceptoras o magnetosomas.

La observación de la magneto-percepción en bacterias y pequeños animales, unido al descubrimiento de partículas de magnetita en los cerebros y los picos de las aves migratorias, hacía sospechar con la posibilidad de que muchos seres vivos hayan desarrollado -a lo largo del proceso evolutivo- mecanismos sensoriales que les permiten orientarse siguiendo las líneas de fuerza al campo magnético terrestre; siendo capaces de aprovechar dichas habilidades de magneto-percepción y magneto-localización, como herramienta de geo-localización en un determinado espacio.

Biólogos y científicos llevan años observando las habilidades magneto-sensoras o magneto-receptoras de seres vivos tan diversos como las bacterias magnetotácticas -presentes entre el agua y el lodo de algunos estanques, lagos y lechos marinos-, cuya estructura biológica integra minúsculos cristales de magnetita que les permiten permanecer siempre orientados en alineaciones según el eje magnético terrestre; observando que pierden la orientación norte-sur propia del planeta Tierra, si se les acerca un imán artificial, cuyo campo magnético sea superior al terrestre y cuyas líneas de fuerza estén en una polarización u orientación distinta al eje norte-sur magnético de la tierra.

Un caso muy especial, es el de una especie de cangrejos ciegos que salen y entran del mar -recorriendo una larga playa de arena- siempre orientándose en el eje norte-sur magnético de la Tierra. Cuando en su recorrido, los biólogos entierran bajo la arena una barra de acero imantada, cuyo norte-sur magnético está dispuesto atravesado en perpendicular al norte-sur magnético terrestre, los cangrejos que siguen el recorrido norte-sur magnético de la tierra, al llegar a la altura de la barra imantada, hacen un giro de 90° y siguen su camino guiados por el magnetismo emanado de la barra imantada. Curiosamente, van siguiendo el recorrido del campo magnético de la barra imantada, hasta el momento en que se alejan lo suficiente de ella como para que las líneas de fuerza de su campo magnético ya no les influya y en ese momento vuelven a recuperar la orientación norte-sur del magnetismo terrestre. (Foto 8) Esta observación deja patente que en ausencia de ojos que les permitan orientarse en el espacio -mediante referencias visuales-, son sus magneto-sensores los que se encargan de la geo-localización espacial que les permite moverse en su territorio sin grandes dificultades (siempre y cuando la curiosidad de algún biólogo no les engañe falseando la posición u orientación de las líneas de fuerza del campo magnético terrestre).

Más sorprendente resulta un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Florida, publicado en la revista Current Science, en el que constatan como Las tortugas bobas (Caretta caretta) pueden hacer desde el momento en que nacen, lo que los humanos venimos intentando desde hace siglos, navegar miles de kilómetros en el océano hasta las playas de destino -sin puntos de referencia visual y sin adiestramiento por parte de tortugas adultas-, como si dispusieran de unos mapas geo-magnéticos internos, siguen rutas de miles de kilómetros desplazándose tanto longitudinalmente como en dirección de este a oeste. Los experimentos de laboratorio con crías de tortuga recién nacidas, corroboraron que dicha habilidad está asociada a su capacidad de percibir las débiles señales magnéticas del campo magnético terrestre.

En los cerebros de las abejas también se han localizado diminutas partículas de magnetita en áreas específicas, lo que les permitiría orientarse espacialmente cuando está nublado u oscurece y la posición del sol no le sirve de referente para ubicarse y poder alejarse de la colmena y volver a ella sin dificultades. Partículas de magnetita similares a las de las abejas, se han localizado en atunes o salmones, y sobre todo en los cerebros y picos de las aves migratorias y palomas mensajeras. Lo que explicaría sus capacidades de hacer migraciones recorriendo miles de kilómetros durante el día y las oscuras noches, pudiendo llegar con precisión a su lugar de destino. Los diferentes estudios en abejas y aves muestran que la habilidad de magneto localización no es el único sistema geo-referencial, sino que está imbricado en un sistema mucho más complejo en el que los animales con capacidad de orientarse sin perderse en largas distancias, procesan datos referenciales físicos o espaciales -como la orografía de un territorio, las formas de las montañas-, manejando también referencias astronómicas como la posición del sol, la luna o las estrellas en un momento dado. Al parecer recurren a sus técnicas de geolocalización -utilizando las diversas herramientas disponibles- en función de la complejidad de la situación en la que se encuentran en un determinado momento. En vuelos diurnos y cortos -de pocos kilómetros-, básicamente hacen uso de la memoria visual respecto a elementos físicos como árboles, carreteras, montañas, cursos de agua e incluso edificios y construcciones humanas. Al parecer, sólo cuando todas esas referencias no están disponibles -noche cerrada-, es cuando activan los procesadores neuronales basados en sus magnetorreceptores que les permitirían lo que podríamos llamar magneto-geo-localización.

Ahora sabemos que no sólo las bacterias, los insectos, los pájaros y otros animales de mediano tamaño poseen magnetosensores o magnetorreceptores que les permiten percibir y orientarse según las líneas de flujo del campo magnético terrestre. También Los grandes mamíferos como renos, caballos o vacas poseen algún tipo de mecanismos de magnetorecepción, que les permite percibir y orientarse según el sentido de flujo del magnetismo terrestre.

Esta hipótesis quedo corroborada en otoño del año 2008 por un grupo de geólogos y biólogos (geobiológos) alemanes y americanos, los cuales, analizando miles de fotografias de Google Earth, estudiaron el comportamiento y la posición predominante durante el pastoreo y el descanso, de miles de vacas, renos y ciervos, en zonas de pastos alrededor del mundo.

A partir de los estudios realizados en el primer estudio, en el año 2009 otro equipo de investigadores europeos observaron que las grandes líneas de transporte eléctrico -alto voltaje- parecían interferir con la habilidad de las vacas y los ciervos para responder normalmente al campo magnético de la tierra. (Foto 9)

Los investigadores descubrieron que cuando dichos animales están pastando, la mayor parte del tiempo tienden a orientarse mirando hacia el Norte o el Sur magnéticos. Aunque también observaron que cuando pastan cerca de tendidos de alta tensión, se modificaba dicho comportamiento. Al parecer el intenso flujo eléctrico y electromagnético de las líneas eléctricas cambia localmente el sentido del flujo del campo magnético de la tierra, así que los investigadores decidieron estudiar específicamente a vacas que suelen pastar cerca o debajo de estas líneas para observar sus reacciones.

En total, estudiaron a 1.699 vacas en 153 localidades de Bélgica, Alemania, Gran Bretaña y Holanda, además de 47 rebaños de ciervos en la República Checa. Aparentemente, bajo las líneas de alto voltaje el sentido de orientación de los rumiantes no sigue una orientación predominante y apunta en todas las direcciones.

El resultado de la investigación fue que las vacas que pastan cerca de las líneas de alta tensión no se orientan como lo hacen habitualmente, es decir, de Norte-Sur, sino que se colocan en las posiciones más disímiles y totalmente al azar. Aunque lo más curioso de dicha observación es, que si las líneas de alta tensión discurren orientadas Este-Oeste, las vacas cercanas tienden a alinearse predominantemente en esa dirección E-O.

Conclusión: el ganado bovino es capaz de percibir el campo magnético terrestre y los campos electromagnéticos artificiales.

Ante estas constataciones, los científicos se vieron en la necesidad de concluir que si las vacas cambian su comportamiento es porque se produce algún tipo de interacciones o cambios en el cerebro, y son esos cambios los que ahora quieren estudiar.

 

 

Magnetorrecepción

Definición publicada en Wikipedia -la enciclopedia libre-

 

Magnetorrecepción es la capacidad que tienen algunos seres vivos de detectar la dirección y el sentido del campo magnético en el que se encuentran. Los primeros animales en los que se descubrió este sentido fueron las palomas mensajeras, para las cuales es un importante (pero no el único) medio de orientación. Se descubrió luego que también lo tienen otras aves, algunas tortugas e insectos como las abejas, hongos y hasta ciertas bacterias.

Los seres humanos tienen depósitos de materiales magnéticos en el hueso etmoides de la nariz, y hay indicios de cierta capacidad de magnetorrecepción.

Se supone que tanto en las palomas mensajeras como en las truchas como en ciertas bacterias, el sensor consiste en unos cristales de magnetita, un óxido de hierro, conectados con otros orgánulos transductores todavía no bien comprendidos.

Las bacterias magnetotáticas y los hongos contienen órganos llamados magnetosomas que contienen la magnetita. En las abejas, la magnetita está embutida en las membrana celular de ciertos grupos de neuronas y se cree que cuando se reorienta siguiendo al campo magnético terrestre, induce corrientes que modifican la polarización celular. Los magnetorreceptores cuya acción como tal, ha sido demostrada, se encuentran en varias bacterias y fitoplancton, que contienen cristales, bien de magnetita, bien de greigita -un sulfuro de hierro que también es ferromagnético-.

Más allá de los cristales magnéticos, se han postulado otros medios por los que los seres vivos perciben los campos magnéticos. Los tiburones y las rayas -los llamados elasmobranquios-, tienen canales en el interior de su cuerpo que funcionan a modo de cables eléctricos, y cuyo movimiento en principio podrían servir para detectar la orientación del campo magnético. Otro mecanismo propuesto se basa en reacciones bioquímicas. La influencia de campos magnéticos en reacciones químicas habitualmente es extremadamente débil, sin embargo, en muchas reacciones redox fotoquímicas la velocidad de reacción está determinada por procesos de transferencia electrónica; en ciertos casos particulares, los electrones implicados interaccionan durante cierto tiempo con los espines nucleares, y esta interacción puede ser enormemente sensible a la orientación del campo magnético. Más recientemente se han observado las reacciones de criptocromos, moléculas que se encuentran en los ojos de algunos pájaros migratorios, las drosophilas silvestres e incluso en la retina humana, que podrían servir como órganos magnetorreceptores.

 

¿Tiene el ser humano magnetorreceptores que le permiten percibir el campo magnético terrestre o los campos electromagnéticos artificiales?

Resulta obvio que con tantos animales en la naturaleza que disponen de sensores de magnetorrecepción y habilidades de percepción del magnetismo terrestre, nos preguntemos si el ser humano también está dotado de esta sorprendente habilidad. La respuesta nos llega clara y contundente a raíz de una reciente investigación realizada por científicos de la escuela de medicina de la Universidad de Massachusetts, que han analizado las propiedades de una proteína encontrada la retina humana. Los resultados de la investigación sugieren que dicha proteína posee la habilidad de funcionar como un detector de campos magnéticos. (Foto 10)

Inicialmente, algunos aspectos de la percepción de los campos magnéticos en los animales, se había relacionado con los ya mencionados magnetosomas, y algunos estudios hacían referencia a una serie de proteínas especiales que poseían algunos animales magnetosensibles llamadas criptocromos, proteínas magnetoreceptoras que recientemente también se han localizado ubicadas en la retina del ojo humano. Este hallazgo resulta relevante, ya que si hasta la fecha se dudaba de la capacidad de percepción del magnetismo por parte de los seres humanos, era porque no se había encontrado ningún mecanismo claro que ejerciera de sensor a los campos magnéticos. El neurobiólogo Steven Reppert, del equipo de investigación médica que realizó el estudio, declaraba: “Se cree que esta proteína es importante en las migraciones animales. Tal vez esta proteína también cumple una función magneto-sensitiva importante en los humanos”.

Para comprobar si los seres humanos poseen realmente sensores a los campos magnéticos, se realizaron investigaciones insertando criptocromos de la retina humana en moscas de la fruta de laboratorio. Previamente habían comprobado las diferencias entre las moscas de la fruta salvajes (las cuales poseen sus criptocromos intactos) y las drosophilas que llevan muchas generaciones desarrollándose exclusivamente en laboratorios, en las cuales se ha observado que carecían de dichos criptocromos. Por lo que para realizar el experimento, en los ojos de las moscas de laboratorio -carentes de criptocromos- se insertaron las versiones humanas de dichas proteínas, que hacen la función de criptocromos.

Los investigadores partían del hecho de que los magneto receptores estuvieran ubicados en la retina -junto a otros receptores de percepción visual y de la luz-, implicaba que la habilidad de detectar campos magnéticos podría ayudarles también en algún modo de percepción visual espacial, deduciendo que tal vez los animales con sistemas de magneto-localización posean una especie de sistema de coordenadas basadas en las líneas de fuerza al campo magnético que percibirían superpuestas a los objetos que ven físicamente. El propio Reppert señalaba: “pudiera ser que esto ayudará a que los animales percibieran los objetos en el espacio-tiempo de un modo en el que no habíamos pensado anteriormente”.

Las moscas de laboratorio con la versión humana de la proteína que desarrolla los criptocromos magneto sensores, fueron ubicadas en un laberinto hecho con tubos en forma de T, en el que en cada uno de los tres extremos se colocó una bobina que los envolvía, de modo que cuando se aplicaba una corriente eléctrica en una de las tres bobinas, ésta generaba un campo magnético. Los científicos iban alternando la magnetización de las tres bobinas al tiempo que variaban la potencia del campo magnético generado. Llegando en algunos casos dicho campo magnético artificial a superar en ocho veces la intensidad del campo magnético de la Tierra.

Mientras que las moscas de laboratorio –sin criptocromos- no mostraron ninguna variación en su comportamiento en relación con la presencia o ausencia de campos magnéticos artificiales en algún tramo del laberinto en forma de T; las moscas que tenían insertados en sus retinas los criptocromos humanos, mostraban una clara sensibilidad a los campos magnéticos, evitando el tramo del laberinto magnetizado, de un modo similar al que se observa en dichas moscas cuando no se encuentran aclimatadas a un determinado magnetismo. Luego se entrenó a las moscas, recompensándolas con azúcar y nutrientes apetitosos si acudían a la zona del laberinto excitada con un campo magnético artificial (inducido por una bobina electrificada). Las evidencias del uso de sus magneto sensores quedaron patentes al observar que las moscas entrenadas, se dirigían raudas y veloces a los extremos del laberinto cuyas bobinas estaban excitados magnéticamente, aunque no se hubiese dispuesto azúcar y nutrientes en ellas, en un claro ejemplo de reflejo condicionado “pabloviano”. Un detalle interesante de esta investigación es que se observo que la proteína humana responsable de estos criptocromos o magnetosensores, sólo se activa en la gama cromática del azul del espectro de luz visible.

Al visualizar con detalle microscópico las imágenes con las formas de espirales, solenoides o bobinas entrecruzadas, que forman las proteínas de los criptocromos, nos hacen pensar en las bobinas de los sofisticados magnetómetros triaxiales o los de los detectores de campos electromagnéticos de baja frecuencia.

 

Magnetosensores y Radiestesia

Una vez comprobado que tenemos en nuestro cerebro y cuerpo células sensibles a los campos magnéticos –magnetosomas- y sobre todo, que en las subcapas de nuestras retinas tenemos dispuestas unas proteínas –en forma de bobinas y espirales-, que ejercen la función de magnetosensores, podríamos inferir que en mayor o menor medida la mayoría de seres humanos poseemos la capacidad de “ver” las líneas de fuerza del campo magnético terrestre y posiblemente -de algún modo inconsciente- estemos percibiendo las variaciones del campo magnético en la vertical de zonas de intensa alteración de la energía terrestre -zonas geopatogenas- así como las denominadas líneas Hartmann; y ello estaría claramente relacionado con las habilidades de sensibilidad radiestésica –radiestesia etimologicamente significa: sensibilidad a las radiaciones- a las que recurrimos al realizar una prospección geobiológica. (Foto 11)

En este sentido, resulta interesante observar la estrecha relación entre la ubicación de los criptocromos en la retina ocular y el hecho de que en las experiencias clásicas de localización de redes que practicamos en geobiología, a menudo observamos que no disponemos de la misma sensibilidad “radiestésica”, si realizamos las pruebas con los ojos abiertos o con los ojos cerrados. Esta investigación sobre los criptocromos presentes en nuestra retina podría dar explicación a dicho fenómeno.

Aunque es muy probable que no sólo dispongamos en la retina de magnetosensores capaces de ayudarnos en la geolocalización espacial; el físico francés Yves Rocard, en los años 80 ya describrió la existencia de minúsculas partículas de magnetita, distribuidas en la mayoría de articulaciones del cuerpo humano. Siendo así, cada vez que movemos los brazos o las piernas, al agacharnos, levantarnos, desplazarnos, caminar, girar a la derecha o torcer a la izquierda, estaríamos modificando nuestra posición con respecto a las líneas de fuerza del campo magnético terrestre; por lo que las diminutas partículas de magnetita -repartidas como magnetosensores en todas las articulaciones del cuerpo- inducirían estímulos electromagnéticos, traducibles en señales eléctricas y serian percibidas por el sistema nervioso, las cuales -vía axones- llegarían a los procesadores neuronales e informarían al cerebro de nuestra posición, ubicación o movimientos precisos, incluso con los ojos cerrados. ¿Te has preguntado alguna vez como hace tu mente, cuando estás con los ojos cerrados, para saber exactamente si levantas del brazo o lo bajas -con respecto a la posición inicial-?

Las respuestas neuromusculares que sentimos cuando caminamos “varillas en mano” sobre un terreno por el que discurre una corriente de agua subterránea o una falla geológica, las asociábamos a esas ínfimas variaciones en la intensidad de polaridad de las líneas de fuerza del campo magnético terrestre, distorsionadas por la fricción del flujo de agua sobre las rocas, o por la rotura de las estructuras geofísicas del subsuelo.

Ahora conocemos que tenemos otros magnetosensores de los que no éramos conscientes, ubicados en la retina de nuestros ojos y que según las investigaciones citadas anteriormente, permiten a nuestro cerebro percibir las líneas de fuerza del campo magnético de la tierra e incluso posiblemente de un imán, de una bobina electrificada y porque no, de un transformador eléctrico, de una línea de alta tensión o de una antena de telefonía móvil. El mecanismo de percepción existe, y aunque no seamos conscientes de ello, posiblemente, nuestra mente y nuestro cerebro recurren de forma habitual y cotidiana a esos mecanismos de magnetopercepción. Estas constataciones también nos permiten entender porque se aconseja que cuando realizamos practicas radiestésicas no llevemos encima objetos metálicos –sobre todo ferromagneticos- o el móvil conectado en el bolsillo, ya que estarían distorsionando o alterando las líneas de fuerza del geomagnetismo terrestre, o que al generar ondas electromagnéticas –teléfono móvil- se estarían alterando las señales de magnetorrecepcion en nuestro cuerpo, y posiblemente falseando las reacciones radiestésicas.

Aparte de las implicaciones que estos descubrimientos tienen en las prácticas radiestésicas, la pregunta que surge a raíz de las evidencias citadas, es si podemos ser conscientes de esta habilidad -que ahora sabemos existe en nuestra fisiología- y si la respuesta es afirmativa, surgirá otra pregunta:

¿Qué podemos hacer para ser más conscientes y desarrollar al máximo dicha habilidad magneto-receptora visual?.

Posiblemente existan técnicas especificas para aprender a “visualizar los campos magnéticos” -o tal vez se pueden desarrollar en un futuro-; pero posiblemente, si nos abrimos a la práctica regular de técnicas que potencien las habilidades asociadas al hemisferio cerebral derecho (sensibilidad e intuición) como la relajación, la introspección y la meditación, se irán despertando progresivamente y haciéndose más conscientes, las capacidades de magnetorrecepcion y de sensibilidad a los campos magnéticos y a las radiaciones naturales y artificiales que nos rodean. (Foto 12)

 

Definición de Criptocromos en Wikipedia:

Los criptocromos (del griego κρυπτό χρώμα, “color oculto”) son una clase de fotorreceptores de luz azul de plantasanimales. Constituyen una familia de flavoproteínas que regulan la germinación, elongación, fotoperiodicidad, y otras respuestas a los estímulos ambientales en las plantas superiores. Los criptocromos también están involucrados en el ritmo circadiano de plantas y animales, y en la detección de campos magnéticos en algunas especies. (Foto 13)

 

 

 

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